
Abordó el colectivo junto a su señora y sus tres pequeñas hijas frente a un supermercado de Lambaré. La señora y las nenas se ubicaron en la línea de asientos de la parte trasera. Yo iba en la penúltima hilera de los lugares individuales. Él se situó frente a mí y, desde su lugar, me saludó con “¿Qué tal, capé?”. Le respondí con un seco “Mba’eteko”.
Pese a mi saludo poco cortés, comenzó a contarme que acababa de discutir con un guardia de seguridad del súper por el trato áspero que tuvo con sus hijas. Me explicó que, el custodio echó a las nenas del lugar porque estaban jugando en una “zona prohibida”, según sus palabras.
Con toda la confianza del mundo y como si fuese su “capé” de toda la vida, me dijo que sus tres niñas son su mayor tesoro y que no permitiría que nada ni nadie les hiciera daño. En ese momento, la mujer le pasó a la menor de las hijas, una hermosa beba que, ni bien se sentó en su regazo, nos regaló una sonrisa de esas que te encojen el alma.
El tipo comenzó a relatarme la historia de su vida, me contó que tenía otros cuatro hijos de una relación anterior y que se había separado cuando descubrió que su pareja le era infiel con un “capé” del trabajo. Mi inesperado compañero de viaje es pintor de obras. “Me amargué demasiado, capé. Pero Dios es grande y pude hacer una nueva familia. Hoy tengo estas tres princesas y somos felices allá en nuestra casita. ¡Lo que es la vida, capé!”, me dijo, con una expresión de triunfo.
La charla duró poco. Charla es un decir, yo solo atiné a escucharle y seguir atentamente su relato. No opiné, pero le presté atención. Cuando se bajó me di cuenta de que aquel filósofo de bermudas y zapatillas de goma me enseñó dos cosas.
La primera: la vida da vueltas, siempre. Quien ayer te daba la espalda, hoy te busca; a quien hoy das la espalda, mañana lo necesitas. La segunda: por algo tenemos una boca y dos orejas, para hablar menos y escuchar más. Saber escuchar es una de las virtudes que más se aprecian y escasean en estos tiempos en que uno cree que es el único que tiene problemas.
La próxima vez que alguien te cuente sus alegrías, penas, sueños o amarguras... prestale atención, capé. Escuchale y hablá menos. Ya tú sabes, capé.