Estoy en IPS, recorro callado los pasillos que me obliga la burocracia. Solo te das cuenta de lo grande que es cuando del fichero vas a comprobacion de derechos, de allí al consultorio del consultorio a la farmacia... y si tenés suerte a tu casa.
Es un gigante triste. Seguro que muchos se sienten como David en lucha contra Goliat, y es que la pelea comienza nada más llegar. Hay cientos de estacionamientos vacíos en los que no se puede estacionar.
El guardia, hombre de pocas palabras, te dice de entrada que es para los médicos. Pero ¿acaso los médicos no son nuestros empleados? Sí, nosotros con nuestros aportes les pagamos el sueldo, pero estamos destinados a estacionar en el bosque, un lugar que no tiene ni luz ni infraestructura de estacionamiento.
Algo anda mal en el sistema. Y debe de ser así porque en casos hay más guardias que doctores y un ejército de enfermos sin respuestas, limitados a una atención paupérrima, sigue recorriendo los pasillos.
Los medicamentos escasean tanto como la buena atención. Y ni siquiera me refiero a los profesionales de la salud, sino a esos funcionarios con cara de pocos amigos incapaces de atenderte con decencia mientras ves cómo los amigos de los amigos se cuelan detrás y delante de cada turno.
Y es que el IPS es un mundo aparte. La prensa no puede entrar y los que buscan salud se enferman más en el intento. Veo personas resignadas. Mujeres y hombres que aportaron toda su vida sometidos a esta colosal máquina de nervios y pienso: “Alguna vez tiene que cambiar” todo, porque la salud es un derecho... un derecho caro que pagamos todos.