En estos últimos días en las redes sociales corrieron conmovedoras fotos de los trabajos y la solidaridad de los pilarenses, asistiéndose entre todos para sobrellevar las consecuencias de la crecida del río Paraguay. Antes ya se vio a las víctimas de las inundaciones, que en todo Ñeembucú suman 20.000, formar fila para cargar la batería de sus celulares, comprar hielo o llenar los tanques de sus vehículos de combustible, para abastecerse de lo que en este momento de sus vidas son preciados elementos.
Se tomó a los pilarenses como verdaderos ejemplos y se destacó la figura de la mujer, que con pala en mano colaboró con la construcción de barreras para impedir el paso del agua. Y es que no en vano Carlos Miguel Jiménez le dedicó sus letras: “Pero el orgullo de mi terruño es la pilarense, con los claveles de los vergeles de mi Humaitá”, a las que Agustín Barboza no dudó en ponerle melodía.
Pero no solo esas inspiradoras fotos se vieron en estos días. También corrió como contraste a la escena de las trabajadoras pilarenses, la imagen de dos mujeres bañadenses, sentadas, mirando el celular y viendo cómo el río se asomaba cada vez más a sus casas.
La gente dijo de todo, calificó a los pobladores de los bañados de vagos, haraganes, delincuentes y no sé qué otro adjetivo más. Seguro si fuera periodo de campañas electorales habría un sinfín de candidatos cholulos rescatándolos, tomando mate con ellos, caminando por las aguas con los pantalones remangados y exigiendo a las autoridades una respuesta.
Pero no, ahora, solo por una foto, les juzgamos a todos ellos, sin conocer sus historias ni sus luchas, menos el contexto de la foto. Y es cierto, las pilarenses son hoy un ejemplo y seguro en los bañados hay vagos y delincuentes, como también en el Parlamento, en los hospitales, en las iglesias y en todas las áreas de la sociedad.
A los jueces del teclado que ni conocen las zonas ribereñas, les invito a dejar de twittear y leer en los diarios dónde acercar las donaciones. Empecemos a ser de provecho.