¿Por qué el desayuno, el tereré rupa y el almuerzo de los congresistas deben ser pagados con dinero público? La pregunta es sin incluir el combustible, los gastos de representación y el seguro médico privado de los parlamentarios, privilegios que también son cubiertos a costillas de la plata del pueblo.
Los trabajadores del Hospital de Clínicas vienen movilizándose para exigir un aumento presupuestario de G. 20.500 millones. Hacienda, con el nuevo colorado Santiago Peña a la cabeza, hasta ahora no da luz verde al desembolso, pese a que el incremento presupuestario del “hospital de los pobres” ya fue aprobado por el Congreso.
El clamor no es para comprar lomitos o mandiocas fritas, sino para mejoras en el hospital y beneficios salariales de los funcionarios.
En áreas sensibles como Salud y Educación, las autoridades dan más vueltas que una calesita para soltar la billetera. Y eso que la plata no es de ellas, sino de la gente. Eso sí, en un santiamén resuelven las cosas si hay alguna traba en la adquisición de sus bocaditos y bebidas.
La Cámara Alta convocó a empresas interesadas en participar del llamado a licitación para “Servicios de Ceremonial y Gastronómico”. ¿Que si hay dinero para cubrir la comida diaria de los senadores? Hay todo, tío. El presupuesto es de G. 1.100 millones, según la Dirección de Contrataciones Públicas.
El despilfarro es reprochable, desde todo punto de vista, en el Senado. Croquetas, chipitas, cocido, café con leche, carne, jamones, chorizos. Estas son solo algunas de las ricuras que conforman el banquete cotidiano en ese edén donde “el que no afana es un gil”.
Insisto con la pregunta: ¿Por qué debe el pueblo pagar los bocaditos y bebidas de los legisladores? Complemento: ¿No reciben acaso un jugoso salario?
Y eso que la consulta no incluye a ministerios, secretarías, municipios, gobernaciones... Con el dineral que se tira para llenar la panza de los senadores quizás hoy en muchos hospitales no faltarían medicamentos, habría mejores caminos y no caerían techos de escuelas. Ya tú sabes.