
Un mensaje plasmado en una muralla de un local sanlorenzano, cercano al campus de la Universidad Nacional de Asunción, me llamó enormemente la atención: “Estudiá, no seas policía”. Como casi toda la “sabiduría” callejera, se desconoce al autor de la frase, que refleja sin duda un drama social enorme. El “sin nombre” dejó en evidencia el pensamiento de muchos, un concepto no ideal de lo que representa ser policía.
¿Estudiar es realmente contrario a la carrera policial? Para muchos jóvenes ingresar a la academia supone simplemente una salida laboral rápida y con ingreso seguro. La elección de la profesión no se basa precisamente en la vocación de servir a la sociedad ni velar por el orden social y el bien público.
La imagen del policía está sumamente deteriorada y no se conocen esfuerzos desde el Gobierno para ganarse la confianza de la ciudadanía. La estructura policial, manchada de corrupción y actos delictivos, es sostenida por el Estado, con nuestros impuestos. Para ser policía, el postulante debería pasar por fuertes filtros y una exigente formación integral.
Sin embargo, hoy, el agente es aquel chico que apenas habla castellano, es prepotente, violento, sin autocontrol e intolerante, que solo se hizo policía para salir de la pobreza, ganar dinero de forma rápida sin pasar por el estrés de una larga carrera universitaria. Tan pronto conoce la organización del crimen, se suma a sus filas, forma parte del tráfico de drogas, los asaltos y el robo, negocia con los mismos delincuentes. Después, con su bajo salario, se pasea en lujosos autos y vive en grandes casas.
Y es así que, con nuestro aporte, los ciudadanos terminamos sosteniendo a los facilitadores de la inseguridad. El perfil del policía debería tomarse en serio. El uniformado debe ser honesto, preparado, instruido, informado, confiable, eficiente, ejemplar y limpio. Es necesario replantear la institución, tal vez así, el autor de la frase callejera se anime a tomar el aerosol y borrar esa triste idea.