Todavía queda el eco de las últimas elecciones y hay elementos que valen la pena destacar. No hay otra forma más eficaz de caminar en democracia que no sea ejercitando la madurez y el respeto a la determinación popular por medio del voto.
Lejos de los prejuicios que todos teníamos (y me incluyo), triunfó en la mayoría de las zonas la prudencia y la decencia a la hora de aceptar los resultados. Quién más quién menos en algún momento pensó en voz alta y dijo que ganar por menos del 10% sería inútil para la oposición, porque los colorados alterarían los resultados y terminarían arreglando una victoria.
Tal cosa no ocurrió en muchas localidades y las diferencias por más estrechas que fueran, terminaron siendo respetadas. La alternancia siempre es buena ya que permite rotar la administración y, si dicha rotación al menos sirve para transparentar la gestión anterior, ya es un logro en un país donde todo pretende mantenerse en secreto.
Luego de reconocer las derrotas y actuar con la altura que requiere la ciudadanía, el otro desafío es la transición. No se puede actuar de pichado y evidenciar dicha actitud conspirando o atentando incluso contra el bienestar de la ciudad y de la gente en general.
Parar obras, no colaborar en el cambio de mando brindando toda la información necesaria, frenar los procesos administrativos o no cumplir con los funcionarios es algo que, lejos está del ejercicio democrático.
La ciudadanía en general, no merece sufrir las disputas políticas, los celos o las pichaduras de la derrota o la llanura. Necesitamos de verdaderos estadistas que además, reconozcan las virtudes de sus antecesores y continúen los procesos de desarrollo; si estos están bien hechos y van por buen camino.
Nuestros políticos deben recibir el mensaje que dio la gente el 15 de noviembre. El voto castigo ganó y las facturas se pasaron en las urnas, como debe ser. Como ciudadanos también nos queda comprender que, si no colaboramos en la construcción de una ciudad mejor, vamos a terminar sufriendo todos.