Chagabi Etocore fue el primer ayoreo totobiegosode en servir como enfermero a su comunidad, falleció la semana anterior y casi pasó desapercibido en nuestro país.
Chagabi contrajo una enfermedad pulmonar desde que unos misioneros lo obligaran a abandonar su hogar -el bosque- para evangelizarlo a él y a otros miembros de su tribu en 1986. Aquella oportunidad, vio por primera vez sobrevolar un helicóptero.
Al salir de la selva, donde su familia era nómada, fueron llevados a una base establecida por un grupo de cristianos fundamentalistas estadounidenses conocidos como la Misión Nuevas Tribus.
Luego de largo tiempo de lucha, Chagabi logró que 18.000 hectáreas sean otorgadas para los suyos: su mayor legado. Pero admitió que frente a los 250.000 hectáreas que son destruidas cada año en su terruño chaqueño, queda poco. Se enfrentó a las “bestias de piel de metal”, como lo dijo en una entrevista de la BBC, a poderosas excavadoras que arrancaban los más frondosos árboles.
Chagabi no debió morir en el silencio cómplice de las autoridades que no lo asistieron, que siempre estuvieron ausentes y lo siguen estando para los 5.000 ayoreos que aún habitan en lo que queda de nuestros bosques.
Chagabi Etocore habría sido un digno nombre de la Ruta Bioceánica que une varias ciudades del suelo chaqueño, pero desde tiempos inmemoriales el Estado ha ignorado a la población indígena, cualquiera de los 19 pueblos y sus familias lingüísticas. Como doña Gervacia Chamorro, la ishir con 90 años y la cara agusanada que ruega por atención médica. O como Eduardito, de la parcialidad mbya guaraní de Naranjito de Santa Rosa del Aguaray, cuya familia suplica un medio de transporte para llevarlo a la escuela porque tiene discapacidad física, pero le sobran ganas de aprender. O como aquellos obligados a estar en las esquinas, pidiendo limosnas porque sus tierras y sus costumbres fueron usurpadas por extranjeros...