La calle estaba semivacía. Faltaban minutos para la medianoche y los comercios estaban cerrados en esa parte del microcentro sanlorenzano. El silencio que había a esas horas contrastaba con el bullicioso jadeo de motores que es moneda corriente en la mayor parte del día. Camino por la vereda y ahí estaba ella, vestida con unos tristes harapos. Una capucha hace difícil discernir sus facciones.
Está hurgando en el interior de un basurero. Revuelve con sus manos las bolsitas que contienen residuos. A simple vista, parecía una recicladora que buscaba restos de cartón, latas o plásticos.
Pero no, ni bien acabo de pasar a su lado, noto que encuentra en uno de los recipientes algunos restos de mandioca. Después caí en la cuenta de que justo estaba husmeando en el basurero de un local de comidas rápidas, que ya estaba cerrado a esas alturas.
Nuestra protagonista forma parte de los 687.000 paraguayos que viven en la extrema pobreza, según la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) 2015. Esto quiere decir que, el 9,9% de la población pasa hambre, pues no tiene cómo acceder a la compra de una canasta básica alimentaria.
Si bien los números macro del Gobierno te dirán que se redujo el índice de pobres extremos en los últimos tres años, el porcentaje de compatriotas que tiene hoy al vare’a como compañero diario es casi el mismo que se reportó en 2005: 10,7%, según la FAO.
“Es una vergüenza tener que decir que es un país que pasa hambre”, dijo por Paraguay el prestigioso economista belga Gunter Pauli, durante una conferencia que dictó en Asunción, el lunes. “Es un país agrícola, tiene una tierra fértil, tiene agua, sol... es un país donde no hay derecho de tener hambre”, insistió.
La desigualdad en la distribución de la riqueza es uno de los principales males que afecta no solo a la tierra guaraní, sino al continente. Mientras, entidades como el Congreso tiran un dineral en comidas y bebidas cada año (en 2014 gastaron allí G. 11.864 millones solo en ese rubro), la gente sigue pasando hambre.
Las autoridades deberían pensar un poco más en el rostro del hambre que está a la vuelta de la esquina o en un basurero. Ojalá no se atraganten con bocaditos, mientras eso suceda. Ya tú sabes.