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Independientemente a las creencias, Francisco derribó viejos paradigmas, no solo de la estructura de la Iglesia sino de sus feligreses. Su visita a Paraguay nos mostró a la persona detrás del personaje que acostumbramos a ver distanciado del resto de los mortales.
De algún modo quizá la tecnología misma hoy por hoy ayuda a acercar a Francisco a la gente mucho más que sus antecesores. Juan Pablo II fue un carismático, querido y admirado hasta hoy, Benedicto sin embargo distante, conservador no tiene punto de comparación con el máximo líder de la Iglesia actual.
Un Papa amigo para los que creen y un líder muy humano para aquellos que incluso desde su escepticismo reconocen su trascendencia y valoran sus discursos disruptivos. Desde antes de su venida creíamos que todos habían entendido el mensaje de Francisco. Una Iglesia que vaya a las periferias no solo territoriales sino de la espiritualidad, una nueva evangelización mucho más cercana a la gente, a las fronteras de la pobreza, de los adultos mayores, de los niños, enfermos y de los olvidados en general.
Quienes no entendieron fueron los que tuvieron que presentar al Papa la realidad del Paraguay, para que este dé su mensaje en cada lugar visitado. El maquillaje fue real, ocultaron mucho más de lo que mostraron a Francisco.
En el encuentro social mantenido en el León Condou se dejó en evidencia que ni siquiera sabía qué era el EPP y quién era Edelio Morinigo. La fe puede hacer olvidar a los fanáticos muchas incomodidades que tuvieron que sufrir para ver a Francisco por ejemplo en Ñu Guasu, lo que no borra para el análisis la notoria exclusión del Gobierno y los organizadores a aquellos que más defiende el Papa.
Lugares de privilegio guardados para políticos en cada uno de los actos; distanciando con credenciales a aquéllos que tuvieron que madrugar y esperar horas para ver al pontífice. Exclusiones y olvidos marcaron de nuevo la actitud del Gobierno, incluso ante quien para los católicos es el mismo representante de Dios en la Tierra.