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¿Por qué hay tantos niños en las calles? Muchos dirán que es culpa de los padres, los padres culparán a la pobreza, los ricos a la cultura, los maestros a la diferencia de oportunidades y los periodistas al Estado. Y quizás todos tengan un poco de razón. Una situación hereditable. De todos los gobiernos y pese a todas las organizaciones. Es la realidad.
José es uno de ellos. No debe tener más de 5 añitos. Lo he visto perfeccionar el arte del malabarismo con pelotitas de goma hasta convertirse en un profesional de la supervivencia. No lo ve así, pero juega con su vida. Lo ve desde su perspectiva de niño. Camina entre vehículos y gente malhumorada. Lo ha asumido como parte de la vida. No tiene posibilidades de estudiar.
La prioridad es comer cada día. Ganar unas monedas que le permitan seguir teniendo esperanzas. Sin embargo, su futuro no será diferente al de los demás limpiavidrios violentos y resentidos que lo rodean. Nos duele, pero es así. Lo veremos crecer, como lo veo yo cada día, y como él, serán muchos creciendo indiferentes a la vida, al riesgo, a la dignidad.
Me pregunto una y mil veces como cambiar, como torcer la fuerza de lo inevitable, y muchas veces me gana la impotencia. Creo que todos deberíamos poner un poco. No un parche. Un poco. Un poco de voluntad, un poco de atención, un poco de decisión. Creo que todos deberíamos iniciar el cambio. Primero en nosotros mismos. Luego exigir que las organizaciones y las instituciones hagan su trabajo.
Deberíamos ver en todos los semáforos el rostro de José. Démosle una razón para confiar. Una palabra de aliento, una sonrisa, una oportunidad que le permita tener esperanzas. Si lo hacemos con uno, se multiplicará, crecerá. Si al llegar la noche hubiésemos podido cambiar un poco de indiferencia por esperanzas, entonces no será un día perdido.
Y hoy... hoy es un buen día para comenzar.