
Hace dos o tres días, WhatsApp habilitó las videollamadas para sus 1.000 millones de usuarios (sí, para vos también, probá). A vos que sos joven quizás no te sorprenda, pero a mí, que aún peino canas (antes que se vuelen) es algo que veía como ciencia ficción en “Viaje a las Estrellas”.
La tecnología ha cambiado todo y lo hará aún más. Nos informamos diferente, estudiamos diferente y, sin darnos cuenta, pensamos y obramos muy diferente, aún los que llegamos medio tarde a esta revolución que no se sabe bien hasta dónde llegará.
Ayer estaba hablando con una amiga de veintipocos años: ella recordaba con nostalgia (sí, ahora todo es tan acelerado que los chicos de 20 tienen nostalgia) los tiempos de las cartitas de amor en la escuela, los amores anónimos, los papelitos que pasaban de mano, las mil pasadas por frente a la casa a ver si la encontrabas, las llamadas de teléfono y las cortadas para que no supiera que eras vos.
En estos tiempos hiperconectados, la tecnología nos permite hablar con cualquiera en cualquier momento y en cualquier momento del mundo, hablando y viendo.
Ya no hay límites y los espacios para el misterio, para la imaginación y para los sueños van cambiando y mutando.
Ya no tenemos ni tiempo ni paciencia para una espera: el internet está “lento” si demora 5 segundos en abrir una página y ni hablemos si tu teléfono demora lo mismo en bajar una foto.
Ya no tenemos infancia y ni hablar de los sectores más marginados: en Concepción, un niño de once años fue detenido (y liberado) por asaltar a una señora y en Asunción, cayó Kevin’i, un joven que tiene más arrestos que años de vida: 23 a 19.
Ya vivimos en la cultura del plug and play y del copy paste, casi no hay tiempo para el aprendizaje y el error, el amor de mi vida puede durar tres meses y una larga carrera puede ser un tema conocido y 3 meses de actuaciones.
Yo, por mi lado, quiero bajar un cambio. Y si se puede, ir más despacito. ¿Se podrá?