Imaginate esta situación: vivís en Lambaré, Capiatá, Caacupé o donde sea, de pronto alguien llega a tu propia casa y te dice: “tenés que salir de acá. No tenés tiempo. El plazo es ahora”. No se me cruza por la cabeza qué podría pasar en ese momento. Desesperación. Impotencia. Desesperanza.
Es más o menos lo que sucede con los damnificados. Sí, me vas a decir que es un drama que se repite año tras año. Pero, aunque te dieran algo mejor, ¿dejarías tu casa, tu barrio, tus afectos?. No. No es fácil. Es una situación dolorosa por la que nadie quiere pasar.
El nivel del río Paraguay superó los siete metros y la angustia, miles de kilómetros. 12 mil familias (unas 60.000 personas) tuvieron que ser evacuadas a refugios, espacios públicos, y casas de parientes. Tuvieron que abandonar sus hogares para sobrevivir sin garantías, donde sea. Gente de los bañados acostumbrada a convivir con el río, pero afectada sobremanera por el tiempo. Por una situación predecible pero incontrolable.
El fenómeno no debería habernos tomado por sorpresa. Desde hace meses se anunciaba que “El Niño” iba a golpear con dureza la región. Pero no nos preparamos. Las instituciones reaccionaron avasalladas por la avalancha de refugiados y las calles tomadas por el agua coparon los noticieros.
Niños desnudos y enfermos. Hombres y mujeres que deben dejar sus trabajos (si los tienen) para huir buscando tierra firme. Ancianos desesperados y miles de jóvenes atormentados.
Es imposible detener a la naturaleza. No podemos detener el avance del agua. Pero podríamos haber trazado un plan de emergencia para evitar el desorden.
A medida que avanza el agua, crecen los damnificados, aumenta el desempleo, el riesgo de enfermedades y las peleas entre vecinos que no logran entender que entre la comodidad y la solidaridad hay un solo mandamiento.
Podemos pensar que nadie quiere perderlo todo, entonces, nos pondríamos en la piel del que sufre y dimensionaríamos el problema de otra manera. Esa es nuestra responsabilidad. La responsabilidad del Estado era prever que el drama no nos golpee más allá de nuestra propia reacción. Improvisar nunca es bueno. El agua… no nos da tiempo.