
Lo único seguro en la vida es la muerte, una de las cosas que no podemos controlar. Enfrentados a ella, son varias las acciones del bicho humano: algunos le tienen un terror visceral y hasta evitan hablar de ella; otros se refugian en la fe y ven este paso terrenal como un simple tránsito. Más lejana o más cercana, hay páginas en la web que te predicen, de acuerdo a tu edad, tu estado físico, enfermedades, hábitos y demás variables, cuántos años más vivirás.
Yo hice el test y ya olvidé cuántos años me quedaban; eran bastantes, pero había una cifra. Yo creo que es interesante apreciar ese final, hipotético por supuesto y ajustar tu accionar actual hacia la posibilidad de lograr tus metas, dejar terminado lo que te propongas: un negocio, un cuadro, un libro, un proyecto, un título.
Después de todo será lo que quede... eso y un recuerdo cariñoso, si te lo ganaste, en el corazón de tus seres cercanos (que no es poca cosa). Por supuesto que si estás entre la poca gente con la posibilidad de trascender aún más y tenés un cargo público que lo permita, rompete el alma por hacer honor a tu puesto, esforzate por los que te votaron... la mano en la lata solo te dará plata que no podrás llevarte a ningún lado que nos vayamos, eso es seguro.
Pero la muerte a veces se adelanta: ayer el esposo de una amiga, con treinta y pocos años, falleció de una cruel enfermedad. No hay explicación, solo dolor y las preguntas: ¿por qué él tan poco y yo casi el doble?, ¿soy mejor o peor?, ¿acaso eso importa? Para nuestra amiga, las palabras del momento, probablemente vacías de significado.
Mañana la vida sigue para ella y para su pequeño niño. No hay consuelo, solo el tiempo cicatrizará la herida. Yo por mi lado, en casi vísperas de mis bodas de plata matrimoniales, viendo crecer a mis hijos (que me marcan el tiempo que se va), solo pienso que soy un tipo de una gran fortuna: únicamente tengo problemas de dinero.