Cuenta la fábula que si se tira una rana en agua caliente, esta saltará rápidamente. Sin embargo, si metiéramos al anfibio en una olla con agua fría, se queda, sin inconvenientes. Ahora bien, si perversamente ponemos la olla a calentar en un fuego suave, bien suave, nuestra pobre protagonista se quedaría en el agua hasta que fuera muy tarde...
No sé si esta historia sea cierta (y les aseguro que no me tomaré el trabajo de demostrarla) pero sí diré que nosotros estamos en la misma situación con respecto a la violencia, que paso a paso está invadiendo (casi) todos los ámbitos de nuestras vidas.
Los motochorros avanzan, no solo roban sino que “evolucionan” y ahora se organizan en grupos, siendo más eficaces y letales. De los “peajeros” que casi “inocentemente” se dedicaban a pedir un dos mil í, pasamos a frías máquinas de matar que acechan a pocas cuadras de tu casa. La delincuencia ha llegado a tal extremos que se dan el lujo de asaltar a una patrullera.
El caso del miércoles, en Lambaré, donde un hombre y su hijo fueron acribillados en un caso con todas las señales de un ajuste de cuentas, delatan la aparición “por estos lares” de una forma de solucionar los problemas que eran (hasta ahora) privativos del norte del país, donde hace rato ya las propias autoridades hablan de “un poder paralelo”.
Quienes deberían protegernos pasan de una inacción que parece complicidad, cuando no ellos mismos empuñan las armas y balean a quien se le ponga enfrente. La agresión y la violencia también se imponen en nuestras relaciones de pareja y hasta en nuestro Facebook.
Los feminicidios aumentan, así como los casos de violencia doméstica, siendo víctimas tanto mujeres como hombres de cualquier edad. La temperatura de agresión y violencia aumenta y nosotros nos quedamos quietos.
A diferencia de la rana sabemos lo que nos espera, pero no hacemos nada... Como la ranita...