
Hace un tiempo estaba hablando con un joven muy talentoso. Se quejaba de su trabajo: “No me gusta, odio ir, cuento las horas que faltan para salir... la plata es buena, pero no tanto tampoco”. Yo le pregunté por qué no se iba; me dio un montón de razones: el horario le servía, le era fácil llegar, con plata y el tiempo terminaría de estudiar...
Excusas... y hablemos claro: entiendo que hay situaciones en las que uno debe “tragarse” muchos sapos laborales (por la edad, por la familia y miles de etcéteras) pero muchas veces son solo eso, excusas. No nos gusta el cambio, nos gusta que las cosas sigan así.
El año pasado participé en el lanzamiento de un libro en la facultad de derecho de Villarrica. Hablé frente a una respetable cantidad de abogados o futuros abogados, pero me llamó muchísmo la atención la locutora: una voz impecable, manejo del escenario y de los tiempos. Le pregunté dónde trabajaba y me dijo que recién se había recibido de abogada, pero que su verdadera pasión era la locución.
¡Qué tontos somos a veces los padres! Queriendo la “seguridad” de nuestros hijos, les matamos sus gustos y sus habilidades, los encasillamos a hacer lo que ellos no quieren. Qué bueno sería que uno tuviera el valor de hacer lo imposible por vivir de lo que realmente le gusta. Aquello que hasta pagaría por hacer, llegado el caso.
Pensá: ¿te gusta tu trabajo? y contestá dejando de lado las trivialidades de todos los días, las pequeñas zancadillas de la vida, esos contratiempos diarios de todo tipo. Si me decís “no me gusta mi trabajo” y te quejás siempre que podés y hasta lo hacés delante de tus compañeros... creeme, estás a tiempo de cambiar, buscá lo que te realice.
Yo creo que una buena pregunta sería: ¿cómo quisiera que me recordaran... y ... ? (en los puntos suspensivos poné los nombres de las personas que realmente te importan). Y eso hacé, trabajá por tus sueños, por el futuro recuerdo que es lo único que con seguridad quedará de tu paso en este mundo. ¿Y la plata? Bueno, ella vendrá, con seguridad.