Con una mirada que transmitía algo de nostalgia, don Agustín Domínguez, un antiguo poblador de la compañía Guazú Virá de Itauguá, contó cómo una imagen de San Blas fue a parar a sus manos y cambió su vida, al igual que la de toda su familia.
“Hacia finales de 1985, una señora llamada Margarita Ortega dijo que quería entregar dos santos que tenía, porque ella era una mujer sola y ya estaba viejita. Recuerdo que a mí me tocó quedarme con San Blas. Le prometí a esa señora que yo le haría para su capilla”, recordó el devoto seguidor del “ahy’o rerekua” (señor de la garganta).
Desde ese momento, la imagen formó parte muy importante de su hogar y, a medida que pasaban los años, crecían más la fe y la veneración hacia el santo patrono del Paraguay.
“Durante cuatro años San Blas estuvo conmigo en mi pieza, éramos muy humildes y no tenía todavía para construirle su casa”, reveló el feligrés.
El itaugüeño decidió pedir ayuda y crear una comisión para poder cumplir su promesa. “Hacíamos sorteos, ferias de comida y yo también aportaba lo que podía”, rememoró.
Señaló que en principio quería que el santuario esté en su patio, pero dijo que el párroco de la época no dio su autorización. A raíz de esto, debieron buscar también un terreno.
“Y como San Blas ya quería para su casa, puso en nuestro camino a Santiago Ortega, quien donó un enorme predio para que edifiquemos”, manifestó.
MILAGROSO
Don Agustín dice que la imagen es muy visitada no solo por los vecinos de Guazú Virá, sino también por mucha gente que viene de ciudades aledañas a pagar sus promesas, cada 3 de febrero.
“A muchos niños ya les salvó de morir atragantados”, aseguró orgulloso el lugareño. De esta historia ya pasaron más de 32 años, pero los Domínguez aún mantienen intacta la tradición del novenario, que se inició ayer al igual que los festejos y la serenata previos a su día.