Caravana
A bordo de sus motos, cientos de jóvenes acompañaron sus restos, despidiendo así al que llamaron mejor piloto.
¡Un caballo! fue la luz en la oscuridad que había encontrado don Amancio Vargas y su familia hace exactamente 22 días, luego de andar buscando por años una estrategia para que su hijo, Albert Vargas, abandone la actividad que eligió como deporte.
Era su pasión
Mbolo, como le llamaban, poco y nada comprendía lo que su gente le pedía, pues su pasión por las picadas de motos lo cegó. Zafó de la muerte desde los 16 años, a bordo de su poderosa máquina, hasta que el martes la encontró de frente, en la ruta Transchaco, en Mariano Roque Alonso.
“La motopicada era su adoración. Procuramos de todo para que la deje”, lamentó su papá en contacto con NPY.
Cuando por fin la familia encontró una solución, ya fue tarde. “Le compramos un lindo caballo y él aceptó, ya se iba a dejar de las carreras”, sostuvo el angustiado hombre.
En otro momento, don Amancio contó que su hijo estaba consciente del peligro que representaba ese deporte extremo. “Hace dos años me dijo que si él chocaba se iba a morir. Noventa por ciento de probabilidad tenía de no salvarse y lo sabía”, aseguró.
El señor recordó lo que una vez le pidió a su hijo. “‘No te quiero alzar como a un perro de la calle'; él me abrazó, y sonrió; lastimosamente así fue”, lamentó. La noche del accidente, sus padres no estaban al tanto de la picada que iba a jugar. “Estaba trabajando acá esa noche, ese día estuvo bailando, se estaba despidiendo”, manifestó el papá.
Vargas lamentó lo que pasó, ya que Albert estaba por salir de ese mundo y aseguró estar orgulloso de él. “Es su pasión y estoy orgulloso de él porque se murió haciendo lo que le gusta”, afirmó. Amigos, familiares y compañeros de carrera lo despidieron con una larga caravana.