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"Ahora ya nadie quiere trabajar como lustrabotas"

Don Quiñones aprendió este oficio de su papá hace 40 años. Antes eran 30, actualmente quedan 8 en la Plaza de la Libertad.

Víctor Antonio Quiñones (53) lustra zapatos desde los 13 años. A pesar de su seriedad, bromea al decir que la Plaza de la Libertad, ubicada en el microcentro de Asunción, se ha convertido en su “oficina” por 40 años.

Aprendió el oficio de lustrabotas de la mano de su papá, quien también se dedicaba a dejar relucientes los calzados de sus clientes. Aunque también estudió otras profesiones como plomería, electricidad y albañilería, la de lustrabotas le generaba más ingresos y con este trabajo sacó adelante a sus cinco hijas.

Comienza su día remangándose la camisa, mientras va colocando dos telas de vaquero viejo sobre sus muslos para proteger su ropa. Con una mano agarra el pincel mojado con la tinta negra y en la otra el mocasín que su cliente le dejó para que le cambie del color blanco al negro.

Aunque está orgulloso de su profesión, ya que con este oficio pagó los estudios de sus hijas, que se recibieron de ingenieras y licenciadas, cree que su familia se avergüenza de él, por ser un “simple” lustrabotas.

“Hace dos años que mi señora falleció, desde entonces mis hijas no me visitan, dicen que por cuestiones del trabajo no tienen tiempo. Todos los días les mensajeo y sólo una me responde”, lamentó.

Muy pocos colegas

Comentó que el oficio de lustrabotas está por desaparecer. Eran como 30 trabajadores en la plaza y ahora solo quedan 8.

“Antes se ganaba bien en un día, juntaba entre G. 200.000 a G. 350.000, pero ahora es muy distinto, apenas G. 150.000 saco al día, porque muchos ya no usan zapatos de cuero, sino championes o mocasines desechables que son de cuerina. También ya nadie quiere trabajar de lustrabotas porque tienen vergüenza, pero es trabajo honesto”, dijo a EXTRA.

Don Quiñones, como más le conocen, trabaja desde las 6:00 hasta las 15:30; tiene su puesto, que es un sillón de hierro con una almohada bien cómoda, donde se sientan los clientes. “Los que siguen viniendo son los hijos de los clientes de antes, que acompañaban a sus padres, también algunos que otros extranjeros”, contó.

Además, hace compostura de calzados. “Lo único que no hago son zapatos (risas) después todo tipo de arreglos, cambio de color, costura, cambio de tacos y plantillas”, dijo el trabajador.

Por otra parte, lamentó la inseguridad. Los adictos les roban sus herramientas de trabajo y ni al baño se va tranquilo.

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